CRÓNICAS DEL LABERINTO
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          Premio Feria del Libro de Madrid, Parque del Buen Retiro, 1991.Publicado por la propia Feria del Libro de Madrid, 1992, (sin editorial).ISBN: 84-604-2641-6. Con prólogo de Juan Van-Halen. El jurado del premio estuvo compuesto por José Hierro, Rafael Montesinos, Claudio Rodríguez, Félix Grande, Fernando Beltrán, Juan Van-Halen, Eduardo Huertas y Carlos Arés. Incluído completo en “CONTRAFABULA (Poesía 1972-2004), Fugger libros / SIAL Ediciones. Madrid, ISBN: 84-95498-77-4. Correo-e: publicaciones@sialedicion.es

 
UNA NIÑA DE AZUL CON UN PLUMIER DE PINO 
 
Ha muerto en Conde Duque   
una niña de azul con un plumier de pino.  

Es una vieja estúpida la noche de Madrid, una mueca sin dientes que recuesta su   
          [rictus de sonrisa en las aceras.   
A lo lejos,   
detrás de tanta fiebre de tejados,   
hay un jardín con úlceras, con hambre, que golpea el perfume de café,    
la tos de una muñeca   
que se perdió en el fondo de la tarde. Jeringuilla de plástico y mentiras.  

Me subo el cuello del abrigo,   
no hay nada que decir, poco que hacer. Fatiga.   
Pasa un ruido descalzo de autobuses   
que dibuja la sangre para fotografías de turismo.   
Cerca quizás, para qué buscar lejos, hay alguien que se gana la piel tostada y limpia   
con el pálido labio   
de esta niña sin horas que cambiaba sus sueños por un grito en el brazo.  

Me detengo a buscar por los bolsillo cualquier cosa,   
un poco de tabaco, calor para las uñas,   
refugio contra el miedo,   
y esas muchachas tímidas pasan corriendo como siempre,   
novias tontas que han de llegar a casa sin mirar las paredes don-de todo se    
          [vende con rápida sonrisa.   
Calle de la Princesa, veloz la luz, el aire, el agua que mañana llegará hasta la plaza.   
Pero la niña azul no corre.

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TERCERA CRÓNICA DEL GUARDIÁN 
(El Hechicero) 

                    “... Ma se senza ingiuria vostra io potessi fruirlo, rendetevi certo  
                    che saria in me quella letizia ch'essere in alcun uomo sia possibile." (1) 

      (Ludovico Ariosto, Il Negromante) 
El hechicero acaba su tarea, 
acaricia su barba satisfecho 
y sus labios se curvan en lánguida sonrisa 
—la que debe tener todo alquimista que aprecie su trabajo—. 

La luna se despide como un guiño 
de los últimos juegos de la noche. 
La lechuza es un bus que aún lleva luces 
y susurra un final, como Louis Armstrong, de Jazz expresionista. 
 

Recoge los papeles, guarda todas las fórmulas en verso 
tras el aparador de palisandro 
mientras un gato insomne y circunspecto, 
con el lomo de azúcar y de miel, afirma silencioso 
que él ya lo sabe todo 
Va tapando los frasco uno a uno, 
los matraces de esencia, 
las redomas con uña de lagarto y ese polvo amarillo de mandrágora 
que hace azules los sueños. 

El horizonte empieza a recitar 
una canción de cuna para la espalda de la noche. 
Es hora de acabar los sortilegios, 
que descanse el mercurio en su probeta y el ala de murciélago en el aire. 
Los Rollings sustituyen al Cármina Burana. 

El hechicero cuelga el mandilón, 
se cambia de zapatos, deja su gorro frigio en un estante, 
anuda su corbata de seda milanesa, 
y se va a la oficina como todos los días. 
 

(1)  "...Pero si yo pudiera disfrutarlo sin ofenderos, estad seguros de 
que sería dueño de la mayor alegría que hombre alguno pueda poseer."