LE SFERE ARMILLARI
(Las esferas armilares)
Juan Van-Halen

Antología bilingüe
(Cuaderni della valle, 2005)



Estoy seguro de que cualquiera podrá leer este libro y disfrutarlo tantas veces como pueden disfrutarse los libros de buena poesía, es decir, infinitas veces. Pero sólo los que aman los libros más allá de lo razonable, los toxicómanos de la palabra escrita, los obsesivos del negro sobre blanco... sólo ellos podrán vivirlo con toda la intensidad con que lo ha escrito Juan Van-Halen y lo ha traducido Emilio Coco.

Bilingüe en italiano y castellano, es esta una antología cuidada y uniforme. Y más dentro, en la urdimbre de sus tripas, es un libro de libros, casi un metalibro, un libro que habla de libros que son vida que se vive en los libros... A este galimatías se añade en “Le sfere armillari” (Las esferas armilares) la pasión por los viajes, que es otra forma de vida, otra forma de locura amorosa —“navigare necesse”— sujeta sobre la fascinación de los mapas. Así, le vemos bucanero o náufrago escondido en mágico mundo de una biblioteca “corazón mismo del cofre del tesoro”, o decididamente colega de John Silver, el Largo, descifrando los mapas del amor o la literatura, que casi hasta confunde.

Se le nota a Van-Halen la condición de antiguo corresponsal de guerra, más que la de múltiple académico o la de político. Se le ve periodista pero, mientras otros muchos colegas suyos se enfangan en una prosa vulgarizada (ya decía Valle-Inclán que “el periodismo avillana el estilo”) él eleva su escritura a la quintaesencia poética con plasticidad, lenguaje variado y eficaz, emoción y referencias tan abiertas que convierten lo personal en universal.

A lo mejor este es un libro de amor, pero en absoluto de enamoramiento. Es sorprendente cómo varios poemas que arrancan en la dicha pasión de los libros, o en las oxidadas tarjetas del Jardín Botánico madrileño —puesto a leer, hasta las etiquetas— o en la mismísima Isla del Tesoro, terminan con un guiño de amor, con una sorpresa, con un nudo en la garganta del buen lector.

Resulta notable esta maestría de Van-Halen con las sorpresas finales. Siempre recuerdo un poema suyo (no está en este libro) que tras una lista de objetos en el Rastro de Madrid, ingeniosa sin duda pero poco más que una lista fantástica, termina: “... Todo ello visto al paso en una tienda diminuta. Era domingo, y era otoño y no estabas conmigo.” Ese remate convertía una relación ligera aunque encantadora en un tenso poema de ausencia amorosa. Así es Juan Van-Halen, no hay que fiarse de él, puede darte un zarpazo de ternura en cuanto te descuides.
Anda con ojo, lector, que este poeta con aires a veces modernamente barrocos, puede cogerte por sorpresa en cualquier página y dejarte, como decía Quevedo, “con las carnes a letra vista”.

No digas que no te aviso, amigo, cuando tengas este minúsculo libro en tus manos, ve con cuidado; si a la mitad sientes ahogo, notas que se te encoge el corazón, o se te acelera el pulso; si sientes que se agolpan en tu cabeza ecos antiguos, nostalgias infinitas o ese no-sé-qué que tan pocas veces sentimos, es que el virus Van-Halen te ha infectado sin remedio. No hay vacuna. Bueno, ni falta que hace, yo estoy convaleciente de esa enfermedad desde hace mucho y malditas las ganas que tengo de curarme.

La única medicina —puro placebo— es terminar de leer, y volver a empezar, y esperar a que pronto salga una nueva entrega para tener tu dosis.

Enrique GRACIA TRINIDAD
(Publicado en El Mirador)